HERMINIO RAMOS. He esperado a que pasara la Semana Santa, a que la normalidad volviera a nuestras vidas, para comenzar el último tramo de curso y en el comienzo de ese tramo recordar a una maestra a la vieja usanza, a María Benayas, una de esas maestras para las que el aula, como la enseñaron en aquellas Escuelas Normales de Magisterio, constituía un verdadero vivero de guías que marcaron el paso, no sólo de generaciones, sino que fueron la clave del salto de dos épocas.
La Escuela es para la sociedad el manto que protege del frío y de las inclemencias de los cambios a la familia que aporta el material. La ruptura, el desequilibrio e incluso el enfrentamiento entre sociedad, escuela y familia, que se ha producido tendrá seguramente unos resultados catastróficos que veremos en media generación.
Dadme la Escuela y cambiaré la sociedad. No puedo menos de citar la frase a pesar de ciertos matices. La Escuela, sus maestros y la formación y el trabajo de éstos fueron modelo y motivo de orgullo dentro y fuera de España.
Marisa Benayas es joven, pero sin duda su espíritu de trabajo lo ha heredado de aquellas maestras que en la Escuela, exquisitamente tratada por la administración y cuya sencillez y claridad en los planes, no sufrían los ataques y los atropellos de quienes no han pisado jamás en un aula y si lo han hecho nada ha quedado en ellos del espíritu que trasmite, a quien está o llega a ella y se integra en el pupitre o en la tarima. Ese pequeño santuario, de elementales principios, pero fundamentales, suele marcar de manera definitiva a los que por ella pasan.
Marisa es un ejemplo desde la tarima y una muestra lo constituyen esa cadena de premios obtenidos en los trabajos con sus alumnos en el aula. Ciclos, etapas, cursos y concursos, todo ha sido tratado por esta maestra ejemplar, a la que a pesar del desorden y de las interferencias creadas desde todos los campos, desde fuera para influir en la Escuela de manera ejemplar, ha superado todas las dificultades, y ha conseguido llegar a sus alumnos y con ellos alcanzar esa cota de reconocimiento.
Los agentes externos, las deficiencias del material de uso corriente y hasta obligado, el maestro lo suple, lo suple o lo ignora, porque su capacidad le permite subsanar esas peripecias, que a veces son auténticas aberraciones de la política, de las editoriales, textos y de ciertas tendencias directa o indirectamente, influencias que llegan al centro y al aula bajo las formas más sofisticadas y en las que es muy fácil leer muchas veces las más oscuras intenciones.
Quienes así intentan llegar al santuario segundo de la formación humana, ciudadanos del mañana, no hay calificativos para aplicarle. Dejad a las maestras y a los maestros que trabajen con plena libertad e independencia en el aula. No les molestéis. Ellos tienen delante cada mañana y cada día el reto del alumno que vuela sólo hacia lo alto y el pacífico que correrá seguro a ras del suelo sin complejos y seguro de sí mismo. Desde la tarima el maestro hará ese milagro de cada curso, de cada trimestre o de cada concurso de conseguir arrancar un premio con ese pequeño haz de alumnos, como hace Marisa.
Aprovechando la felicitación a esta buena maestra en su premio, quiero recordar a mis maestros, don Eustaquio Robles, don Antonio Ruiz Alonso, don Antonio Fernández Borrego, doña Nati Ramos Martínez y don Mariano Esteban Sastre con quien hice el curso de prácticas que nos exigían a los del plan de bachilleres de Magisterio. Con los cuatro primeros viví la Escuela desde dentro como parte de ella, como alumno, con don Mariano aprendí, lo que es la Escuela lo que significa y lo que con ella se puede hacer, menos don Eustaquio los demás pertenecían a las mismas promociones, y recuerdo con precisión casi matemática, su estilo, su ritmo y su entrega. De ellos, aprendí esa entrega en el aula y gracias a ellos estoy con ustedes aquí. Enhorabuena Marisa para ti y para tus alumnos.